CONCIERTO DE CAMEL EN MADRID. TEATRO NUEVO APOLO. 17th MARZO 2014.
En el amanecer más
húmedo de todos los tiempos, las musas, tornadas en fantasmagóricos espectros,
se acercan poco a poco a la orilla de un mar cubierto por la bruma sobre el que
los blancos y grises impiden distinguir las aves marinas que se ven perturbadas
por una presencia extraña.
Al fondo, comienza a aparecer la silueta de un
viejo trotamundos cuyos ojos vidriosos miran más allá de las aguas y que, al
hacer sonar su flauta, convoca a los poderes de la mañana. Un rayo de sol rasga
el lienzo de la neblina báltica hasta alcanzar la orilla en donde el espejismo
dejó los ecos de su música y descubre, por todo paisaje, una barcaza abandonada
sobre la arena húmeda.
Alcanzo a leer en la
madera, con letras desteñidas, el nombre del único animal desértico que se
atrevió a navegar en los sueños, surcar los recuerdos y acurrucarse en las
almas y, mientras contemplo la incógnita de su rostro y una lágrima recorre sus
mejillas, una palabra se escapa incontenida de mis labios entreabiertos: CAMEL.
Al escuchar por primera
vez "The great marsh",
comprendí que ante mí se estaban abriendo las compuertas hipnóticas que me
conducirían por un camino sin marcha atrás hasta un lugar del que nunca querría
volver.
Han tenido que pasar
treinta años desde ese día para que entendiera el misterio; para darme cuenta
de que toda mi vida había estado esperando aquella noche en el Teatro Apolo de
Madrid. En aquel escenario azul fue como la primera vez, como todas las veces,
pero, esa vez, esa noche, yo estuve en aquella playa. El flautista vino a por
mí y, al intentar aprehenderlo, se esfumó entre mis brazos . Y comprendí que la
silueta que había visto en aquella playa era yo mismo y que aquel concierto era
para mí, que mi iniciación había terminado y que, a partir de aquella noche,
pertenecería para siempre a la congregación con la que tanto soñé y viviría
para siempre junto con Rhayader, Fritha y todos los demás espíritus de humo.
Creo que seríamos unos mil. A lo mejor algunos menos. Pero seremos los únicos que, con el paso de los tiempos, podremos hablar de aquel concierto, el concierto que paró el tiempo, que quitó dos horas al reloj de nuestra existencia para canjearlas por una porción de eternidad.
La noche de aquel
diecisiete de marzo creo que tampoco la olvidará Andy Latimer. Imagino que, en
su incierta supervivencia, de repente se creyó a sí mismo loco, imaginando que
giraba de nuevo, y pensó... ah una vez más os contaré una historia... en Inglaterra
volverán a resonar los ecos de mi guitarra y, quién sabe, tal vez vuelva a
España como si la vida empezara de nuevo...Sí, volveré a esa playa en la que la
música convertía la oscuridad en amanecer...
Y, voilà. Ciertamente, entre los músicos y el público se creó algo que
quedó allí enterrado y harán falta generaciones para que algún día, transmitida
de padres a hijos, la leyenda de lo que vivimos pueda ser justamente valorada
como se merece.
El concierto comenzó con la interpretación íntegra del "The snow goose". Las expectativas, tras la audición del disco regrabado en 2013, no iban muy allá. Craso error. Andy y sus chicos estaban dispuestos a demostrar que cualquier tiempo por pasado no fue mejor, que acudiendo a aquella ceremonia del rock sinfónico, habíamos dado una prueba de fe que sería recompensada.
¿Qué fue aquello? no lo
sé. Sólo sé que fue mucho más que un concierto, mucho más que música; que fue
de una delicadeza y un sentimiento interpretativo sin límites; que la guitarra
de Latimer nunca se lamentó como aquella noche ni me entusiasmó tanto como con
aquellos solos; que aquel fue "El concierto".
Me faltan palabras más
grandes para transcribir la magia, la fantasía y el acto de culto y adoración
en que se convirtió aquella ceremonia litúrgica de los espíritus escondidos.
Toda la primera parte del concierto fue una mezcla de hechizo y fiesta difícil de explicar. Enfilando el final con "The great marsh" el corazón parecía fundirse dentro del pecho del que estaba pronto a salir un puente de recuerdos hacia "Mirage". Sin embargo, vendría un largo descanso.
Cuando comenzó la
segunda parte del concierto, las primeras luces descubrieron que Colin Bass
había cedido su bajo a Dennis Clement para coger otra guitarra y acompañar a
Andy Latimer en un imborrable comienzo del tema "Never let go". Y ya
estabamos otra vez en una nube. Luego seguirían las muy grandes "Song
within a song" y "Echoes" recordándonos los mejores momentos que
guardamos en nuestra retina de otros conciertos. "Hour candle", "Tell
me", "Watchint the bobbins", "Fox hill" y "For
today" dieron por terminado el concierto a falta del imprescindible bis: "Lady
fantasy".
En este punto las palabras ya se nos habían acabado y nos mirábamos unos a otros sin creérnoslo, buscando corroborar que no se trataba de un sueño. Nos lo habían dado todo y no nos quedaba fuerza moral para pedir más. Pero, de alguna manera, sabíamos que ese concierto nunca acabaría durante el resto de nuestras vidas.
Mi
querido Andy, no te lo pude decir cuando estreché tu mano y crucé mis torpes
palabras con tu sonrisa amable pero, para que quede escrito para siempre,
"Thank you for your life, thank you for my life, thank you so much".