domingo, 25 de noviembre de 2012

Entrevista a Sonny Rollins

Complementando la crónica anterior del concierto de Sonny Rollins en Barcelona, dejamos aquí una parte del artículo publicado por Miquel Jurado en el diario El País tras entrevistar a Rollins horas antes del concierto.
 
 
"...Se le nota cansado pero una vez que comienza a hablar de música su semblante cambia de forma casi radical y su mirada se ilumina. “Actualmente es muy difícil tocar jazz porque hay muchos músicos que han alcanzado un nivel técnico extraordinario”, comenta el saxofonista neoyorkino, que sonríe malicioso ante la insinuación de que hay un exceso de técnica en el jazz actual. “Quizás, pero no quería decirlo en ese sentido. Me refería a que el jazz está compitiendo cada vez más con determinados tipos de música como la world o el hip hop que no existían cuando yo comencé. El jazz vive un momento crítico pero creo que, en el fondo, el hip hop y todas esas cosas son parte del jazz, están bajo el mismo paraguas”.

El exceso de música en el ambiente provocado por las nuevas tecnologías no parece preocuparle. “Es inevitable, están ahí. Cada vez hay nuevas formas de hacer llegar la música al público y está bien. No soy una persona muy tecnológica, más bien soy un primitivo. Si la música tiene suficiente fuerza siempre sobrevivirá. El hip hop, por ejemplo, hay bueno y malo, como el jazz”. La repetición del ejemplo provoca la pregunta: ¿Le gusta el hip hop? “Lo escucho y veo que es muy similar a todo lo que he ido haciendo a lo largo de mi vida: gente más joven que expresa situaciones actuales. Siempre han existido artistas así, es un poco más de lo mismo. Nada nunca cambia, sólo toma formas diferentes”.

A sus 82 años, Sonny Rollins sigue en la carretera con una media de treinta conciertos anuales. “No me cansan los viajes, es mi vida; siempre viajando”. El que sí ha ido cambiando, lógicamente, es el público.  “A mis conciertos, sobre todo en Japón acude mucha gente joven pero a los jóvenes no les gusta ir a los mismos lugares que sus padres y eso les corta. Sucede igual que cuando los blancos comenzaron a ir a los conciertos de jazz, entonces los negros dejaron de ir. Siempre es así, ¡hay tantas zonas malas en la naturaleza humana!”.

En la conversación aparece, lógicamente el nombre de Barack Obama que hace poco tiempo le otorgó la Medalla Nacional de las Artes norteamericana. “Clinton sabía más de jazz porque tocaba un instrumento; Obama no toca ninguno pero escucha mucha música. Políticamente, para mí Obama no es perfecto pero…La política está tan degradada que intento no interesarme en ella, antes lo hacía pero ahora lo que más me interesa es el sentido de la vida, la política ha perdido importancia. Estamos aquí por un tiempo corto y es importante descubrir por qué, cuál es la razón. Tengo claro que no estoy aquí para ir al cine o tomarme un helado, estoy comenzando a comprenderlo. La música forma parte de esta comprensión de la vida pero esa comprensión no forma parte de la música. Yo vivo cada día y la música es lo que hago para vivir. Con la música pretendo que el oyente se sienta mejor consigo mismo y con lo que le rodea, que comprenda que hay cosas mejores en el mundo que la política”.

Sonny Rollins recuerda muchos nombres de compañeros que ya no están entre nosotros. “Charlie Parker o Clifford Brown eran muy jóvenes cuando murieron pero aportaron muchísimo al mundo del jazz, Yo tengo la suerte de seguir vivo y no me atrevería a decir en qué se equivocaron. La idea de vida no es vivir lo más posible sino contribuir lo más posible a la vida de los demás”.

Sonny Rollins afirma no saber todavía lo que tocará esta noche. “Llevamos diez temas en el repertorio y justo antes de salir escojo lo que tocaremos y el orden. Cada concierto es diferente”. Pero siempre suele concluir a los ritmos caribeños de Don´t stop the carnaval. Sonríe. “Procuro evitar ese tema porque lo toco demasiado a menudo pero…”. En los últimos años prácticamente todos los premiso importantes del mundo del jazz han recaído sobre su persona. “Cuando los recibo me siento muy humilde y un poco avergonzado. Coleman Hawkins, Lester Young,…ninguno de los grandes, de los que yo he aprendido, recibieron ningún premio. Cuando los recojo me veo extraño y siempre que me dejan hablar digo que los acepto en nombre de los grandes músicos de jazz de los que aprendí”.

Su mánager da por concluido el encuentro alegando el cansancio del saxofonista, pero da la impresión de que a Sonny Rollins no le cansa comunicarse con la palabra o con la música, “Sigo disfrutando al tocar música”, añade antes de la despedida. “Si no diera conciertos estaría tocando en mi salón. Disfruto mucho del directo, de la interacción con el público, del deseo de hacerlo muy bien, en el fondo se trata de eso”.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Sonny Rollins en el Palau - Festival de jazz Barcelona 2012


El último gran saxofonista vivo de los grandes grandes, de los que se pueden contar con una mano, de los que fueron y todavía son, es sin duda Sonny Rollins. No hará falta que mencione que esta leyenda viva del jazz tiene ya 82 primaveras, casi me atrevería a decir 82 otoños a estas alturas, y que simplemente el hecho de seguir en activo ya es, cuando menos, impresionante.

La última vez que tuve el placer de presenciar una actuación del Sr. Rollins fue hace cinco años y por entonces ya andaba achacoso, caminaba completamente doblado y en continuos vaivenes, componiendo el dibujo de su espalda arqueada y las curvas del saxo una curiosa imagen cuando el músico entraba en movimiento, con un balanceo titubeante y arriesgado que hacía pensar que seguramente sería la última vez que tendría la posibilidad de verlo tocar. Pues bien, cinco años después, puedo afirmar que estaba equivocado. Sonny sigue en perfecta forma musical, desgaste vital aparte.

El pasado martes 20 de noviembre ofreció una muestra más de su talenteo en el precioso Palau de la música catalana de la ciudad condal. Primero salió la banda, sin Sonny, Clifton Anderson (trombón), Saul Rubin (guitarra), Sammy Figueroa (percusión), Bob Cranshaw (bajo) y Kobe Watkins (batería), dejando un respetuoso espacio para que ese primer gran aplauso que haría temblar los cimientos del Palau fuese total e indiscutiblemente para el mítico soplador. Fue como un…“Con ustedes Mr. Sonny Rollins” ¡Qué privilegio poder oir esas palabras!

El inicio ya fue prometedor con un Rollins enchufado a su música potente que dejó claro que todavía no había dicho su última palabra sobre los escenarios y que, al menos esa noche, aguantaría los 105 minutos de directo. Cada vez que Rollins se acercaba el saxo a la boca el Palau se venía abajo. Cada solo, cada intervención, era jaleada por el respetable con verdadera locura. Y Sonny estaba enchufado, de eso no había duda. Sin embargo, he de reconocer que no es el Rollins que vi en 2007. Estos cinco últimos años no han pasado en vano y, ahora, el gran Sonny Rollins es la imagen de un músico por vocación, la imagen del amor a la música por la música en sí misma. Si bien sus intervenciones gozan de la misma electricidad de siempre, ya que cuando Sonny Rollins ataca su saxo el sonido es directo y contundente, no diré que como siempre pero casi, se nota que los solos están un poquito más espaciados entre sí y que, durante las intervenciones individuales de sus compañeros de escenario se reserva un tanto, pero todos los que allí estábamos juramos guardarle el secreto. Aún así, cada vez que toma protagonismo una nueva racha de brillantez desenmascara a una bestia que parecía dormida. Y digo bien si digo bestia, porque con el saxo en la boca a Sonny Rollins le sale la bestia que lleva dentro y, mientras lo mantiene así, dejando que su incontinencia pulmonar reviente de sonido el ambiente, nadie duda de que sigue siendo el mismo Sonny.

En todo momento se le ve feliz de tocar, de conectar con el público, de calentarse junto con la audiencia. No para de hablar entre tema y tema a pesar de arrastrar la voz y, para mí, hacerse ininteligible en algunos momentos. Pero el público le ríe las gracias, le aplaude, lo hace sentirse cómplice, sentir que gusta, que todos disfrutan tanto como él. Por supuesto que no deja de levantar el puño, de animar más que el primero, de mantener una nota, soltar el saxo con la otra mano y jalearnos a todos, pedirnos más y dejar muy claro que estamos en una fiesta y que él se lo está pasando muy bien. Y por lo menos yo sentí que, con ese calor que le estábamos dando (y no hay mejor manera de darle calor a un músico como Sonny Rollins que vi-vi-en-do-su-mú-si-ca en directo) le estábamos devolviendo lo que durante toda su carrera él nos había dado a todos nosotros, en sus grabaciones, en sus conciertos, en su presencia durante décadas en las listas personales como referente inconfundible del saxo tenor.

Ni que decir tiene que cuando sonaron los primeros compases de “My one and only love” supe que en ese instante viviría uno de los momentos en concierto que recordaré con más cariño el resto de mi vida. El eco del tenor de Rollins ascendió como si un líquido mágico entrara en ebullición y se evaporara por los vericuetos del escultural marco escénico del Palau de la música hasta llegar directo al corazón. Sólo con eso ya había valido la pena estar allí, pero Rollins insistió en retorcerse sobre el instrumento (no deja de ser curioso que sólo cuando toca su columna se endereza y su cuerpo vuelve a la forma original) y perderse en improvisaciones geniales ante un grupo de músicos esperando ver qué nueva chispa saltaba del genio.

No diré que fue un concierto espectacular, pero las emociones, el ver a Rollins una vez más, suplieron lo que le faltaba para llegar al sobresaliente y cubrieron las carencias de un trombonista menos contenido que Anderson o de un guitarrista más “caliente” que Rubin.


En líneas  generales no estuvo mal y lo mejor fueron los momentos, sin duda. Lástima que el público que tanto contribuyó a la fiesta al principio perdiera su fuerza al final de la actuación. Ni siquiera hubo bis, los aplausos continuaron al terminar el concierto hasta que los músicos salieron a saludar y ya todos parecieron darse por satisfechos. No pidieron más, no aplaudieron más, no “obligaron” a Sonny a darnos un poquito más. Incluso pude ver, atónito como más de uno y más de dos, antes de acabar el concierto, cual partido de fútbol medio resuelto, se fueron marchando o colocándose a tiro de la escalera para salir pitando. Será que el que escribe está demasiado bien acostumbrado a otro tipo de público, n´est pas?

martes, 6 de noviembre de 2012

Kenny Garrett. XXVI Festival Internacional de Jazz de Málaga.


El XXVI Festival Internacional de Jazz de Málaga se abrió con la actuación de Kenny Garrett, con una formación en quinteto, con Garrett a los saxos alto y soprano, Vernell Brown al piano, Corcoran Holt al contrabajo, McClenty Hunter a la batería y Rudy Bird a la percusión.

El concierto empezó con una trepidante descarga, porque no tiene otro nombre lo que pudo presenciarse esta noche en el teatro Cervantes de la capital de la costa del sol. Si bien la excusa de este concierto era la gira de promoción del último disco del saxofonista Seeds from the underground (que ha aprovechado el tirón mediático del nombre de los músicos a los que rinde tributo, tales como Jackie McLean, Roy Haynes o Keith Jarrett para gozar de una mayor difusión mediática), claramente se vio en los primeros temas que los músicos estaban allí para algo más que para tocar su disco. Como muestra diremos que cuando el tercer tema tocaba a su fin estábamos allá por los 53 minutos de concierto.

Ciertamente el derroche y la entrega del líder de la banda quedo claro cuando éste comenzó a intercalar sus improvisaciones y conmocionó al auditorio. Los solos del saxofonista se extendieron minutos y minutos y minutos. La banda, sin abandonar en ningún momento el ritmo endiablado, parecía aguantar el tipo en lo que más se asimilaba a una maratón de acompañamientos que a una plácida velada de jazz.

Si bien parecía un comienzo más bien soso, los músicos pronto se encargaron de sacarnos del escepticismo para introducirnos en una vorágine de réplicas y contrarréplicas donde el talento creativo desafiaba las capacidades más extremas como instrumentistas de toda la banda generando un cierto tipo de energía que aún no sé muy bien como describir. Baste decir que, desde la primera fila, los dedos del contrabajista se movían tan rápido que eran difíciles de seguir y que los brazos del baterista más parecían los de un robot descontrolado que los de un ser humano. Pasaban los minutos y no había tregua, y entonces Garrett se enfrentó en un duelo de discursos instrumentales con Hunter, que golpeó su batería hasta la extenuación. Había que estar allí para ver la expresión del drumer del grupo, parecía estar en trance, la mirada perdida, la expresión de estar al límite de sus capacidades físicas, y Garrett sacudiendo su instrumento arriba y abajo, pidiéndole más y más, sabedor de que encontraría respuesta. Doy mi palabra de que desde hoy lo llamaré McClenty “Animal” Hunter.

Mientras tanto, el contrabajista no le iba a la zaga, las yemas de sus dedos casi rebotaban en las cuerdas y su mano izquierda acompañaba las notas surgidas de los dedos de su mano derecha con el rasgueo de las cuerdas en la parte alta del mástil, en una alternancia de sonidos que, intercalada en toda la jungla musical a la que servía de acompañamiento, devenía en una suerte de climax rítmico que degeneraba en locura colectiva.

Es significativo que estos dos músicos, bajista y baterista, son los dos únicos del quinteto que no participaron en la grabación del disco, aunque desconocemos, de momento, las razones de dicho cambio de formación.

El pianista, Vernell Brown, se movió en los límites de la discreción, no pasando de una actuación correcta, si bien tampoco le fue dado mucho más lugar para lucirse. Y el percusionista, también correcto, sobreinstrumentó por momentos la actuación que, a gusto del que escribe, hubiese podido prescindir del instrumentista en algunos temas sin merma de la calidad musical.

Garrett por su parte, mantuvo el notable alto durante toda la actuación, alternando el alto, con el que se dedicó a sus largas improvisaciones, eléctricas y expresivas, con el soprano, que mostró a un saxofonista mucho más introspectivo y calmado. Aunque no se mostró muy cálido durante el concierto, lo arregló al final animando al público a acompañarlo, más allá de lo razonable, hasta casi hacerse pesado, alargando tanto el último tema que evitó los bises.

En definitiva, poco más de dos horas de concierto que, una vez más, nos recordaron el porqué de ver música en directo. Incluso para los que no sean demasiado seguidores de este músico, su directo, a juzgar por lo que vimos esta noche en el escenario, es digno de ver.